Bueno... Qué opinan sobre este tema?
Sabemos que en Chile está prohibido, pero muchas personas aún así siguen haciéndolo.
Me gustaría que leyeran el texto a continuación, que relata la historia de una universitaria con un embarazo no deseado. Dudo que todos lo lean, pero de todas formas, espero sus comentarios...
Debe ser uno de los primeros días de calor en Santiago y una amiga proveniente de Valparaíso (para los que no saben, soy de allá) está en mi departamento. No sé cómo consiguió mi teléfono, pero el caso es que su voz sonaba preocupada. A Ella -la dejaremos con ese nombre- la conocí en Viña del Mar, cuando era una mocosa de quince o dieciséis años. Con el tiempo, dejé de ir a Viña y no nos volvimos a ver más hasta hoy, cuando ella -Ella, mujer- se encuentra frente a mí bebiendo un vaso de cerveza, sin atinar por dónde comenzar.
-De veras me sorprendió tu llamada. ¿Hace cuánto no nos vemos: dos, tres, cinco años? Recuerdo que me diste tu celular hace algún tiempo, pero en uno de mis cambios de casa...
-Estoy embarazada –sentencia Ella, como si en vez de “embarazada” fuese “muerta”.
No sé qué cresta decir. En primer lugar, no tengo idea por qué me comunica esta noticia. Es verdad que tuvimos sexo, pero de eso han transcurrido años. Pienso que es imposible que sea mío, a menos que Ella sufra de un desconocido y complejo embarazo y que, en vez de meses, sean años los que su cuerpo necesite para “dar a luz”. Me quedan seis años para juntar plata, es lo que medito. O quizás será mejor “vender” su extraño caso a algún científico que quiera con hambre el Nobel. Pienso en Gonzalo Rojas, en Nicanor Parra, pero no; ellos son poetas.
-Es de mi ex pololo –dice por fin, aliviando mi conciencia.
Me pongo de pie, rodeo la mesa y la abrazo por un buen rato. No es mi hijo, pienso, ¡qué bien! Pero el entusiasmo se transforma en preocupación. ¿Por qué está acá? ¿Qué quiere?
-Quiero tu consejo, León.
Antes de volver a mi asiento, saco otra cerveza del refri, me sirvo un buen vaso y a ella nada. Está embarazada. Intento mantenerme centrado. Usar el poco sentido común que me va quedando. Administrarlo no es fácil. Tomo aire y hablo en voz alta:
-En primer lugar, ¿lo quieres tener?
-¡Puta, no!
-¿Le contaste a tu mamá?
-Vive en Argentina con su nueva pareja y no quiero armar ataos. No quiero que se venga a Chile sólo pa’ decirme que me apoyará en todo pa’ tenerlo.
-¿Y tu ex?
Ella va a la cocina por un vaso de cerveza.
-¡Qué le va a importar a ese imbécil!
-De todas maneras, creo que le deberías contar.
La mina golpea la mesa con furia y grita:
-¡Quiero un consejo, León!
Miro a Ella con susto.
-Aborta entonces, si eso es lo que querías escuchar.
Ella se pone a llorar. Y en vez de pena, me da rabia.
-¿Sabes? Quedar embarazada es comprensible en una mina que no posee ni educación ni recursos para comprar pastillas anticonceptivas. Pero tú tienes educación universitaria casi completa y dinero para comprar, a lo menos, un condón.
Ella no dice nada, sólo apura su vaso de cerveza.
-Pese a que no tengo nada que ver en esto -aclaro innecesariamente-, te puedo dar un dato.
Los ojos de Ella se iluminan, se cierran y de nuevo brotan lágrimas.
-¡No me sirven los datos, León, porque no tengo plata!
-¿Y se puede saber cómo te vas a hacer un aborto sin plata? En Internet, leí la otra vez que el más barato sale algo así como seiscientas lucas.
-¡No tengo esa cantidad! Sólo tengo esto.
Ella me enseña un cheque por cien mil.
-¿Y quién te dio esta plata?
-La mamá de mi ex. Al pasármelo, me dijo que ni ella ni su hijo me querían volver a ver.
-¿Y de dónde vai a sacar el resto de las lucas?
-Tengo $ 76.234 en una cuenta de ahorro.
Pienso en la cantidad y no sé qué decirle, hasta que por fin me acuerdo...
-¡Ya sé! Tengo una amiga mayor, o sea amiga no, “conocida”, que se ha hecho varios abortos y con múltiples técnicas.
Voy al dormitorio por mi agenda y, al regresar al comedor, contemplo cómo Ella se termina su tercer vaso de cerveza. Al verme, pregunta:
-¿No hay más?
-No –contesto serio, y enseguida anoto número y nombre en un papel.
Ella toma el papel y saca el celular de su cartera.
Es otro día y Ella ahora está sentada en el sillón. Tiene en las manos un frasquito. La noche anterior se había reunido con mi “conocida”, quien le expuso, con suma claridad, las opciones para un aborto módico y relativamente seguro.
Opción 1: un médico del centro de Santiago introduce una sonda al interior de la vagina, mata al feto y provoca síntomas de pérdida. De ahí, la mujer va a su casa (en este caso, la mía) y, cuando comienza a sangrar, debe ir a un centro asistencial, en donde le extraen el feto.
Costo: 300 mil. Peligros: ser detenida por carabineros en el centro asistencial público, ya que el aborto es ilegal y los médicos no son giles.
Opción 2: adquirir una inyección que se les da a las vacas para abortar. Se compra sin receta en cualquier farmacia.
Costo: sin registro Peligros: vómitos y malestar por varios días.
Opción 3: misotrol (misopostrol) que son pastillas recetadas para personas que padecen de úlceras gástricas. Con el tiempo se ha descubierto que este compuesto, en dosis altas, funciona como inductor del parto.
Costo: 40 mil (en la calle), 31 mil (en farmacias, pero con receta), 20 mil (en www.mercadolibre.com).
Ella ha optado por esta última alternativa. No tiene dinero para el médico, pero además le da miedo cualquier método invasivo. Ella va a la cocina y se sirve un último vaso de cerveza.
-Será mejor terminar con esto de una buena vez –sentencia frente a mí.
Luego toma unos diarios, los esparce por el piso hacia mi dormitorio, poniendo varios sobre mi cama, mientras mi mente escucha esa canción de Fernando Ubiergo que habla sobre el tema.
-Por cualquier cosa –explica ella.
Se sienta sobre mi cama, se baja los calzones y se pone las cuatro pastillas una a una en la vagina con el dedo anular. En el acto comienza a sollozar. Me acerco para abrazarla, pero me aparta. Está desnuda de la cintura para abajo. Y no le gusta que la mire, ni menos que la toque. Ahora, Ella sube las piernas contra la pared que sostiene mi cama. No entiendo lo que pasa.
-Las tengo que tener así una hora y media para que las pastillas hagan efecto.
Ella habla con dificultad. Decido salir de mi pieza, porque sencillamente no me atrevo estar a su lado. Voy al living y me siento en el sillón. Recuerdo entonces a uno de los personajes de la primera novela de Marcela Serrano, en donde “ella” (otra “ella”, desde luego) festejaba junto a sus amigas su reciente aborto a punta de pisco sours.
Pasa el tiempo. Ya es hora de enterarme cómo se encuentra mi amiga. Voy al dormitorio y pregunto:
-¿Estás bien?
No obtengo respuesta. Ella sigue con las piernas arriba y ahora, para más remate, llora. Su llanto es leve y tímido, como si le avergonzara.
Quiero ir a comprar más cervezas, pero no me atrevo a dejarla sola. Así es que decido reemplazar la cerveza por café. Voy a la cocina y pongo la tetera. Cuando tomo asiento, escucho el celular de mi amiga. Lo ha dejado, al igual que su cartera, en el living.
-¡No contestes! ¡¡No contestes!! –escucho desde mi dormitorio y enseguida agrega-: ¡Y por favor, no me molestes más! Quiero estar sola.
Bien, pienso. Si así están las cosas, mejor será ver tele.
Me pongo a ver una serial en Red TV, arrellanado en el sillón. Se trata de un hombre que, gracias a tecnología alienígena, es capaz de viajar siete días atrás en el tiempo. Pienso que ése sería un excelente método para evitar embarazos y gobiernos no deseados. Pienso tanto que me comienza a dar sueño. Recuerdo que no he dormido bien durante toda la semana.
Cuando despierto, ya es de noche y Ella fuma un cigarrillo en el living. Se ve tranquila, pero distante.
-¿Dormiste bien? -pregunta.
-La raja. ¿Y tú, cómo estás?
-Arrepentida.
-¿Arrepentida de qué?
-Oye, dejaste la tetera hirviendo –dice para cambiar de tema y luego agrega-: ¿Quieres ir al baño?
No entiendo nada. Aún estoy medio adormilado. Tal vez por eso, me dejo guiar hasta el baño. Ahí, como es costumbre en las minas, la tapa del water está abajo. La miro como haciéndole un reproche y enseguida la subo. Al hacerlo, me percato que algo flota adentro. Es una “cosa” como diluida en medio de harta sangre. Difícilmente parece humano. Ella le da una última piteada a su cigarrillo, lo lanza al water y me dice:
-¡Tira la cadena, por favor!
Yo la miro con espanto y replico:
-¡Tírala tú!
-Es un favor, León.
Miro de nuevo aquella “cosa”. No podría hacer nada más en ese water si no tiro la cadena ya.
Ella aguarda unos segundos y luego observa:
-¡Mierda! No se ha ido todo.
Esperamos a que el estanque se llene y entre ambos tiramos la cadena. Mi mano sobre la suya. Extrañamente, me siento aliviado.
Salimos del baño. Ella se desploma en el sillón y se pone a llorar por enésima vez.
-¿Te sientes bien?
-¡Qué pregunta más idiota! –exclama molesta.
-Me refiero a si te encuentras bien de salud.
En vez de contestar, me enseña una cajetilla vacía y me pide si puedo ir a comprar cigarrillos. Dudo en ir. Ella me dice entonces que se siente cansada, pero que dentro de todo está bien.
-Si quieres quedarte tranquilo, puedo acostarme un rato.
Acepto y luego, con preocupación, agrego:
-Será mejor que de todas maneras vayas al ginecólogo. Puedes agarrarte una infección, no sé.
-Si no sabes, no hables. Además, el ginecólogo es “íntimo” de mi tía.
No digo más. Pienso que ya he hecho bastante por Ella y que debería ser más considerada conmigo. La miro fijamente para que sienta mi molestia, pero al parecer está, como dijo una vez la crítica Patricia Espinosa a propósito de un libro, “inundada de yo”.
-Bueno, ¿y mis cigarrillos?...
*fuente: http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/antialone.html?page=http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/site/artic/20040918/pags/20040918184311.html
Sabemos que en Chile está prohibido, pero muchas personas aún así siguen haciéndolo.
Me gustaría que leyeran el texto a continuación, que relata la historia de una universitaria con un embarazo no deseado. Dudo que todos lo lean, pero de todas formas, espero sus comentarios...
"Aborto a Domicilio"
Debe ser uno de los primeros días de calor en Santiago y una amiga proveniente de Valparaíso (para los que no saben, soy de allá) está en mi departamento. No sé cómo consiguió mi teléfono, pero el caso es que su voz sonaba preocupada. A Ella -la dejaremos con ese nombre- la conocí en Viña del Mar, cuando era una mocosa de quince o dieciséis años. Con el tiempo, dejé de ir a Viña y no nos volvimos a ver más hasta hoy, cuando ella -Ella, mujer- se encuentra frente a mí bebiendo un vaso de cerveza, sin atinar por dónde comenzar.
-De veras me sorprendió tu llamada. ¿Hace cuánto no nos vemos: dos, tres, cinco años? Recuerdo que me diste tu celular hace algún tiempo, pero en uno de mis cambios de casa...
-Estoy embarazada –sentencia Ella, como si en vez de “embarazada” fuese “muerta”.
No sé qué cresta decir. En primer lugar, no tengo idea por qué me comunica esta noticia. Es verdad que tuvimos sexo, pero de eso han transcurrido años. Pienso que es imposible que sea mío, a menos que Ella sufra de un desconocido y complejo embarazo y que, en vez de meses, sean años los que su cuerpo necesite para “dar a luz”. Me quedan seis años para juntar plata, es lo que medito. O quizás será mejor “vender” su extraño caso a algún científico que quiera con hambre el Nobel. Pienso en Gonzalo Rojas, en Nicanor Parra, pero no; ellos son poetas.
-Es de mi ex pololo –dice por fin, aliviando mi conciencia.
Me pongo de pie, rodeo la mesa y la abrazo por un buen rato. No es mi hijo, pienso, ¡qué bien! Pero el entusiasmo se transforma en preocupación. ¿Por qué está acá? ¿Qué quiere?
-Quiero tu consejo, León.
Antes de volver a mi asiento, saco otra cerveza del refri, me sirvo un buen vaso y a ella nada. Está embarazada. Intento mantenerme centrado. Usar el poco sentido común que me va quedando. Administrarlo no es fácil. Tomo aire y hablo en voz alta:
-En primer lugar, ¿lo quieres tener?
-¡Puta, no!
-¿Le contaste a tu mamá?
-Vive en Argentina con su nueva pareja y no quiero armar ataos. No quiero que se venga a Chile sólo pa’ decirme que me apoyará en todo pa’ tenerlo.
-¿Y tu ex?
Ella va a la cocina por un vaso de cerveza.
-¡Qué le va a importar a ese imbécil!
-De todas maneras, creo que le deberías contar.
La mina golpea la mesa con furia y grita:
-¡Quiero un consejo, León!
Miro a Ella con susto.
-Aborta entonces, si eso es lo que querías escuchar.
Ella se pone a llorar. Y en vez de pena, me da rabia.
-¿Sabes? Quedar embarazada es comprensible en una mina que no posee ni educación ni recursos para comprar pastillas anticonceptivas. Pero tú tienes educación universitaria casi completa y dinero para comprar, a lo menos, un condón.
Ella no dice nada, sólo apura su vaso de cerveza.
-Pese a que no tengo nada que ver en esto -aclaro innecesariamente-, te puedo dar un dato.
Los ojos de Ella se iluminan, se cierran y de nuevo brotan lágrimas.
-¡No me sirven los datos, León, porque no tengo plata!
-¿Y se puede saber cómo te vas a hacer un aborto sin plata? En Internet, leí la otra vez que el más barato sale algo así como seiscientas lucas.
-¡No tengo esa cantidad! Sólo tengo esto.
Ella me enseña un cheque por cien mil.
-¿Y quién te dio esta plata?
-La mamá de mi ex. Al pasármelo, me dijo que ni ella ni su hijo me querían volver a ver.
-¿Y de dónde vai a sacar el resto de las lucas?
-Tengo $ 76.234 en una cuenta de ahorro.
Pienso en la cantidad y no sé qué decirle, hasta que por fin me acuerdo...
-¡Ya sé! Tengo una amiga mayor, o sea amiga no, “conocida”, que se ha hecho varios abortos y con múltiples técnicas.
Voy al dormitorio por mi agenda y, al regresar al comedor, contemplo cómo Ella se termina su tercer vaso de cerveza. Al verme, pregunta:
-¿No hay más?
-No –contesto serio, y enseguida anoto número y nombre en un papel.
Ella toma el papel y saca el celular de su cartera.
Sobre mi cama
Es otro día y Ella ahora está sentada en el sillón. Tiene en las manos un frasquito. La noche anterior se había reunido con mi “conocida”, quien le expuso, con suma claridad, las opciones para un aborto módico y relativamente seguro.
Opción 1: un médico del centro de Santiago introduce una sonda al interior de la vagina, mata al feto y provoca síntomas de pérdida. De ahí, la mujer va a su casa (en este caso, la mía) y, cuando comienza a sangrar, debe ir a un centro asistencial, en donde le extraen el feto.
Costo: 300 mil. Peligros: ser detenida por carabineros en el centro asistencial público, ya que el aborto es ilegal y los médicos no son giles.
Opción 2: adquirir una inyección que se les da a las vacas para abortar. Se compra sin receta en cualquier farmacia.
Costo: sin registro Peligros: vómitos y malestar por varios días.
Opción 3: misotrol (misopostrol) que son pastillas recetadas para personas que padecen de úlceras gástricas. Con el tiempo se ha descubierto que este compuesto, en dosis altas, funciona como inductor del parto.
Costo: 40 mil (en la calle), 31 mil (en farmacias, pero con receta), 20 mil (en www.mercadolibre.com).
Ella ha optado por esta última alternativa. No tiene dinero para el médico, pero además le da miedo cualquier método invasivo. Ella va a la cocina y se sirve un último vaso de cerveza.
-Será mejor terminar con esto de una buena vez –sentencia frente a mí.
Luego toma unos diarios, los esparce por el piso hacia mi dormitorio, poniendo varios sobre mi cama, mientras mi mente escucha esa canción de Fernando Ubiergo que habla sobre el tema.
-Por cualquier cosa –explica ella.
Se sienta sobre mi cama, se baja los calzones y se pone las cuatro pastillas una a una en la vagina con el dedo anular. En el acto comienza a sollozar. Me acerco para abrazarla, pero me aparta. Está desnuda de la cintura para abajo. Y no le gusta que la mire, ni menos que la toque. Ahora, Ella sube las piernas contra la pared que sostiene mi cama. No entiendo lo que pasa.
-Las tengo que tener así una hora y media para que las pastillas hagan efecto.
Ella habla con dificultad. Decido salir de mi pieza, porque sencillamente no me atrevo estar a su lado. Voy al living y me siento en el sillón. Recuerdo entonces a uno de los personajes de la primera novela de Marcela Serrano, en donde “ella” (otra “ella”, desde luego) festejaba junto a sus amigas su reciente aborto a punta de pisco sours.
Pasa el tiempo. Ya es hora de enterarme cómo se encuentra mi amiga. Voy al dormitorio y pregunto:
-¿Estás bien?
No obtengo respuesta. Ella sigue con las piernas arriba y ahora, para más remate, llora. Su llanto es leve y tímido, como si le avergonzara.
Quiero ir a comprar más cervezas, pero no me atrevo a dejarla sola. Así es que decido reemplazar la cerveza por café. Voy a la cocina y pongo la tetera. Cuando tomo asiento, escucho el celular de mi amiga. Lo ha dejado, al igual que su cartera, en el living.
-¡No contestes! ¡¡No contestes!! –escucho desde mi dormitorio y enseguida agrega-: ¡Y por favor, no me molestes más! Quiero estar sola.
Bien, pienso. Si así están las cosas, mejor será ver tele.
Me pongo a ver una serial en Red TV, arrellanado en el sillón. Se trata de un hombre que, gracias a tecnología alienígena, es capaz de viajar siete días atrás en el tiempo. Pienso que ése sería un excelente método para evitar embarazos y gobiernos no deseados. Pienso tanto que me comienza a dar sueño. Recuerdo que no he dormido bien durante toda la semana.
La “cosa” en mi baño
Cuando despierto, ya es de noche y Ella fuma un cigarrillo en el living. Se ve tranquila, pero distante.
-¿Dormiste bien? -pregunta.
-La raja. ¿Y tú, cómo estás?
-Arrepentida.
-¿Arrepentida de qué?
-Oye, dejaste la tetera hirviendo –dice para cambiar de tema y luego agrega-: ¿Quieres ir al baño?
No entiendo nada. Aún estoy medio adormilado. Tal vez por eso, me dejo guiar hasta el baño. Ahí, como es costumbre en las minas, la tapa del water está abajo. La miro como haciéndole un reproche y enseguida la subo. Al hacerlo, me percato que algo flota adentro. Es una “cosa” como diluida en medio de harta sangre. Difícilmente parece humano. Ella le da una última piteada a su cigarrillo, lo lanza al water y me dice:
-¡Tira la cadena, por favor!
Yo la miro con espanto y replico:
-¡Tírala tú!
-Es un favor, León.
Miro de nuevo aquella “cosa”. No podría hacer nada más en ese water si no tiro la cadena ya.
Ella aguarda unos segundos y luego observa:
-¡Mierda! No se ha ido todo.
Esperamos a que el estanque se llene y entre ambos tiramos la cadena. Mi mano sobre la suya. Extrañamente, me siento aliviado.
Salimos del baño. Ella se desploma en el sillón y se pone a llorar por enésima vez.
-¿Te sientes bien?
-¡Qué pregunta más idiota! –exclama molesta.
-Me refiero a si te encuentras bien de salud.
En vez de contestar, me enseña una cajetilla vacía y me pide si puedo ir a comprar cigarrillos. Dudo en ir. Ella me dice entonces que se siente cansada, pero que dentro de todo está bien.
-Si quieres quedarte tranquilo, puedo acostarme un rato.
Acepto y luego, con preocupación, agrego:
-Será mejor que de todas maneras vayas al ginecólogo. Puedes agarrarte una infección, no sé.
-Si no sabes, no hables. Además, el ginecólogo es “íntimo” de mi tía.
No digo más. Pienso que ya he hecho bastante por Ella y que debería ser más considerada conmigo. La miro fijamente para que sienta mi molestia, pero al parecer está, como dijo una vez la crítica Patricia Espinosa a propósito de un libro, “inundada de yo”.
-Bueno, ¿y mis cigarrillos?...
*fuente: http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/antialone.html?page=http://www.lanacion.cl/p4_lanacion/site/artic/20040918/pags/20040918184311.html